LA REPARACIÓN
(NECESIDAD DE ESTA REPARACIÓN)
Existen argumentos para creer que en la actual economía, normalmente, no se convierte ningún alma sin el sufrimiento de otra. Es verdadero el principio de San Pablo: “sin derramamiento de sangre, no se da el perdón” (Heb 9,22). Por lo cual: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en pro de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
“Es necesario nuestro sacrificio, por cuanto la copiosa redención de Cristo sobreabundantemente perdonó nuestros pecados… A las oraciones y sacrificios que Cristo ofreció a Dios en nombre de los pecadores, podemos y debemos añadir también los nuestros”(Miserentissimus Redemptor ).
Impresionante, aunque sea exagerada, es a este propósito la frase de Orígenes (In Num. 10,2.Mc.12, 638 C.):” desde que no hay mártires y no se ofrecen las hostias de los Santos, temo que no podamos ya a merecer la remisión de nuestros pecados. Por esto o tengo miedo de que, permaneciendo en nosotros nuestros pecados, nos suceda cuánto de sí mismos afirman los judíos, o sea que, privados de altar, de templo y de Sacerdocio, y por lo tanto no ofreciendo más sacrificios –según su expresión-, “nuestros pecados quedan en nosotros”; y por eso no se da perdón. Por nuestra parte debemos decir que no ofreciéndose por nosotros las hostias de los mártires, nos quedamos con nuestros pecados; no merecemos, en efecto, sufrir persecuciones por Cristo, ni morir por el nombre del Hijo de Dios”.
Conocemos la redención objetiva y su aplicación. Pero dejemos aparte la terminología y expliquemos la realidad con un ejemplo.
La satisfacción de Cristo es como un gran depósito, o como una central en la que está acumulada la potencia eléctrica que debe ser usada para la salvación de las almas. Pero está salvación no se obtiene si la energía no se transforma, si no se aplica al motor, de modo que pueda convertirse en trabajo.
En el orden sobrenatural el motor en nuestra reparación y nuestros sacrificios, la oración podemos imaginárnosla como el conducto que lleva la energía eléctrica al motor. Pero, sin el motor sin el sacrificio expiatorio, no podemos tener conversiones.
La eficacia de la satisfacción, no depende solamente de la intención del dolor, sino también de la dignidad de la persona que sufre. A igual dignidad es más eficaz el sufrimiento mayor; en igualdad de sufrimientos tiene mayor valor los de la persona más digna.
Queremos manifestar esta relación con una fórmula matemática: Eficacia de expiación = sufrimiento X dignidad.
Si la dignidad de la persona es muy elevada, pero falta dolor, no hay expiación eficaz. Y otro tanto, la eficacia será nula donde no haya dignidad, aunque el sufrimiento sea inmenso. La dignidad de la persona que sufre consiste en su vida sobrenatural, en su unión con Cristo.
Un motor, para poder entrar en acción, debe estar unido a la red, y a través de esta a la central.
En la Misa se realiza concretamente esta nuestra unión con la satisfacción de Jesucristo, de modo que la dignidad del que sufre sea la mayor posible.
Luis María Mendizábal, S. J. Del libro en el corazón de Cristo
LA REPARACIÓN
REPARACIÓN NEGATIVA
Sabiendo lo que es el pecado, es natural que nos Esforcemos por evitarlo en sus consecuencias y en sus causas.
Ante todo es preciso evitar lo que depende de la propia voluntad: el pecado personal. Éste un es el primer paso, antes de la consagración; como él Confiteor precede al Ofertorio.
Después, la lucha con el pecado continuará, porque sabemos que ninguno, salvo por un privilegio especial, puede evitar todo los pecados veniales. Debemos, pues, tenerlo en cuenta.
Pero, ¿cómo hemos de comportarnos una vez cometido un pecado venial, o, Dios no lo permita, mortal?
Si Dios, a causa de nuestras infidelidades, permitiese un tan desgraciado momento, es necesario:
No asustarse: todavía nos conocemos poco. ¿Por qué maravillarse de las caídas? Nosotros solos, ¿Qué podemos hacer? Ni siquiera el confesor se maravillara…
Confiar: en Cristo nos ama a un sí hemos pecado. El dolor y el deseo de volver a la gracia, ¿Qué son sino efecto de la misericordia de Dios? El mismo que ha emprendido la obra la conducirá a término. Recordad el pecado de San Pedro y la reacción de Jesús.
“Librarnos, Señor, de desconfiar de tu misericordia, después de un mal momento”. Así nuestro pecado no será más humildes y más cautos, más agradecidos a Jesucristo, que, aunque ofendido, no se cansa jamás de perdonar. Nos cansaremos antes nosotros de ofenderlo.
“¡O paciencia infinita en esperarme, duro corazón en no quereros, que esté yo cansado de ofenderos y no lo estéis Vos de perdonarme!”
Agradecerle haber permitido esta falta o aquel pecado, en cuanto puede volverse para nuestro bien y alegrarnos de la humillación.
“ Todo copera al bien para quien ama a Dios, aún el pecado ya cometido … Se vuelve a levantar con mayor gracia … El hombre, cuánto es más cauto y humilde, tanto más establemente se mantiene en gracia …” (S.Th.III, q.89,a. 2, ad.1).
Pedir perdón humildemente: considerando, además, los pecados semejantes de otros católicos, Debe crecer nuestro dolor y debe surgir el deseo de reparar de algún modo.
Pero, tengamos presente que dolor, el arrepentimiento y la misma confesión no suprimen siempre del todo los efectos del pecado. Estos, aun no siendo en sí mismos pecado, nos inclinan a El. Nuestra voluntad está debilitada y, con la repetición, aumenta la costumbre del pecado.
Y puesto que al pecado sigue el dolor de la satisfacción Incluso con penas dolorosas, si lo detestamos verdaderamente, debemos combatir sus múltiples raíces.
He aquí la teología del hombre caído en pecado: Todo aquello que puede ser útil para fortificar la debilidad de la voluntad; destruir las malas costumbres producto del pecado; domar la concupiscencia; disminuir la pena debida por el pecado; Todo esto constituye la parte negativa de la reparación.
Debemos procurar hacer con espíritu de reparación y con la intención de purificarnos cada vez más, lo que con frecuencia hacemos casi por costumbre: la Confesión, la penitencia, el uso de los Sacramentales (como tomar agua bendita), las humillaciones y mortificaciones de los sentidos que se nos presenten.
Será esto un medio para unirnos cada vez más íntimamente a Cristo; y nuestra consagración y nuestra ofrenda serán mucho más agradables a su Corazón.
No contentos con el mínimo grado de pureza, siguiendo el ejemplo de la humilde Madre de Dios, procuraremos acrecentar nuestra purificación.
REPARACIÓN AFECTIVA
Puede definirse así un amor que desea consolar a Cristo ofendido por tantos pecados, a fin de que él, desviando la mirada de nuestras faltas y de la de los demás, mire solamente nuestro amor y nuestra buenas acciones . Esta reparación afectiva puede impregnar toda nuestra vida, la fidelidad a los mandamientos, a los deberes propios, a la oración.
La misma consagración, comprendida en el sentido de satisfacción de los pecados pasados, es ya reparación afectiva.
Por esta intención todas las acciones, aun las más ordinarias de nuestra vida, estarán inspiradas por el amor, y en consecuencia serán más perfectas y de mayor consuelo… para Cristo; será más eficaces para merecer gracias. Serán, además, un incentivo psicológico para nuestra perfección.
Un negro deseaba ser sacerdote, pero el misionero no lo podía admitir en el seminario, porque no había fondos y el negro no tenía dinero para mantenerse durante sus estudios.
El negro, entonces dejó la misión de improviso, dirigiéndose hacia el sur. Al año siguiente se presentó de nuevo al misionero Y, lleno de gozo, mostrándole cierta cantidad de monedas de oro, le dijo : “ el trabajo en la mina ha sido duro, pero ahora tengo el dinero. ¿puedo entrar en el seminario?”
“ Ciertamente “ –Le respondió el Padre, admirado de su heroísmo.
Tres meses después en negro debía dejar el seminario. El trabajó en la mina había sido excesivos. Las tuberculosis estaba destruyendo el pecho del Héroe.
El enfermo llamo el misionero, le dio todo su dinero, diciendo: “ yo no puedo ya ser sacerdote, pero si algún otro que lo desee no poseyese los medios , aquí tiene el dinero para él”.
Después volvió la mina para ganar la pensión a otro seminarista pobre.
Cuando sentía acercarse la muerte, su oración era ésta: “¡Señor, espera aún un mes y tendrás otro sacerdote!”
Con semejante delicadeza de amor debemos entregarnos a la reparación. Si nosotros hemos perdido nuestra inocencia, podemos, como compensación afectiva, dirigir todos nuestros esfuerzos a qué otra alma la conserva intacta.
Todo lo podemos dirigida este fin. Esta reparación afectiva abrirá, en efecto, nuestro corazón al más delicado y generoso servicio del Señor.
Pero, de modo especial, en reparación afectiva son la Oración, la Comunión, la Santa Misa.
La reparación afectiva consiste en amar a Cristo afligido por tantos ultrajes Y es natural que para eso sirva perfectamente cuando ha sido instituido precisamente para fomentar en nosotros el amor. La oración que repara es la oración afectiva por medio de actos de fe, esperanza, amor, etc …
El oración descrita por San Juan de la Cruz:”Un olvido de lo criado; memoria del Criador; atención a lo anterior; y estarse amando al Amado”. Un y recordaremos que “un acto de amor puro pela mas por la iglesia, que las acciones externas de todos los predicadores …” (San Juan de la Cruz).
La Comunión es el sacramento del amor. Es Cristo que desea unirse a nosotros y fortalecernos.
Cristo, olvidado en su sacramento de amor, debe ser el motivo que nos induzca a fervorosas Comuniones para unirnos más a El. Por esto la comunión reparadora tiene un lugar tan importante en los principios de la devoción al Corazón de Jesús.
Otro aspecto de la reparación afectiva es la ofrenda al Padre, de las virtudes del Corazón de Cristo contrarias a los pecados que se quieren reparar. No olvidemos que Cristo nos ha sido dado como un tesoro; podemos disponer siempre de El al dirigirnos al Padre.
Cuando sentimos que nuestro amor es demasiado frío, que nuestra pureza está desgraciadamente manchada para que sea una grata reparación, no temamos ofrecer en compensación el amor y la pureza del Corazón Sagrado. La mejor manera, pues, de efectuar esta ofrenda es precisamente la Santa Misa, en cuanto es una ofrenda afectiva de la Sagrada Víctima.
REPARACIÓN AFLICTIVA
El sufrimiento es uno de los misterios más difíciles de la vida espiritual. Es el problema constante de los hombres oprimidos por pesadas cruces.
Cada año celebra la Iglesia la fiesta de la exaltación de la Cruz. Todos nosotros deberíamos celebrar íntimamente, como una fiesta grande, el aniversario del día en el que descubrimos el valor de la propia cruz.
No nos faltan sufrimientos y penas, pero no es fácil descubrir su valor. Sabemos que la victoria está en la Cruz, y a pesar de ello, la frase de San Pablo lectura para nosotros: “Puesto que me propuse no saber otra cosa entre vosotros, sino a Jesucristo, y Este crucificado(1 Cor 2,2).
Cristo con su Cruz vence al mundo, por eso no debe maravillarnos que instintivamente el mundo odie la cruz.
Si algunas veces el mundo da cruces, es más por el oro y las joyas que por la Cruz.
El mundo en realidad, no puede comprender la Cruz. “Escándalo para los judíos, locura para los paganos” (1 Cor 1,23). El mundo busca tener a sus secuaces lejos de la Cruz que muchos perecen sin que la Cruz llegue hasta ellos.
Nosotros debemos, en cambio, ser crucifijos vivos, portadores de la Cruz en nosotros mismos, de modo que la Cruz se manifieste en nosotros.
En un día, en el catecismo, se presentó un niño que el catequista no conocía. Después del catecismo, le saludó afectuosamente y le propuso hablar con su Padre para prepararlo a la Primera Comunión.
“Por favor, no hable de esto a mi padre que es comunista, y muchas veces me ha dicho que si ve a un sacerdote en casa, lo mata”.
Y entonces el catequista habló con la vuela y lo preparan todo secretamente. Después de algunas semanas se celebró la Primera Comunión.
En poco después la abuela fue en busca del catequista: “El pequeño está gravemente enfermo, pero mi hijo no permite que venga un sacerdote; no quiere ver cruces y no permitirá ni siquiera un funeral católico”.
Tres días después la bola se presentó de nuevo: “ el pequeño muerto esta mañana, venga, el funeral católico se hará”. Y le explico como el Padre del niño había cambiado. “Cuando el niño estaba muy mal, mi hijo estaba siempre a su cabecera. De pronto como el pequeño volvió sus ojos y dijo: “¡Papá, mira!”.El se inclinó sobre la cama. Aquel angelito lo hizo sobre sí, despacio y majestuosamente, el signo de la Cruz, luego expiró.
Mi hijo se levantó lentamente y con lágrimas en los ojos me dijo: “ Mamá, ha de venir al sacerdote; en aquella señal de la Cruz … Está todo”. Aquel comunista odio a la cruz, que no conocía, hasta el día en que la vio viva en su hijo.
Nuestra tarea, es la de llevar en nosotros la Cruz viviente de Cristo, para mostrarla a todos; llevarla siempre con nosotros en cualquier lugar, sin olvidar la nunca, porque en cualquier parte podemos tener necesidad de darla a conocer.
Primer grado: “La expiación estimula la unión con Cristo, cancelando las culpas ” (Miserentissimus Redemptor ).
Objeto de la reparación aflictiva son los sufrimientos espirituales y físicos, aunque éstos sean infligidos por nosotros mismos a nosotros mismos voluntariamente (mortificaciones, penitencias …). En el Concilio Tridentino está claramente expresado en este fin de la penitencia en cuanto satisfacción de los pecados pasados, y también está indicado que podemos satisfacer por nuestros pecados por medio de los sufrimientos que Dios nos envía.
La cruz-penitencia y sufrimiento- en este primer grado es una purificación que tiende a hacer perfecta nuestra consagración al Corazón de Cristo. No podemos, en realidad, por tener una unión íntima con Jesucristo, sino destruimos totalmente el pecado en nosotros, aun en sus consecuencias penales.
Si la unión gloriosa fuera posible sin pagar el castigo, no sería quizá necesario permanecer un tiempo en el Purgatorio privados de la visión de Dios. Si consideramos, por lo tanto, el pecado y el castigo por él merecido, no nos parecerá excesiva reparación ningún sufrimiento.
“Por un estricto derecho de justicia … Estamos obligados a reparar y expiar, sea por la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas, sea por el restablecimiento del orden violado … Pecadores como somos cargados de culpas … Debemos satisfacer a Dios, juez justísimo, por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias …
Por eso a la consagración a de unirse la expiación, con la cual se pagan totalmente los pecados, a fin de que la santidad de la Divina Justicia no desprecien nuestra temeraria indignidad y deseche nuestras ofensas siéndole ingratas, en vez de aceptarlas como cosa agradable ” (Miserentissimus Redemptor ).
Segundo grado:” La expiación perfecciona la unión con Cristo, participando en sus sufrimientos ” (Miserentissimus Redemptor ).
En este caso, la expiación es sinónimo de sufrimiento. Por eso nuestro sufrimiento significa imitación de Cristo. Pero, a medida que un alma avanza por este camino, la idea de ser cada vez más semejante a Cristo se apodera lentamente de ella. Invitación que el amor exige. Todas las vidas de los Santos nos presentan trazos semejantes.
Muchos creen hoy día a sentir el celo ardiente de un San Francisco Javier y desean como él entregarse a una incansable actividad; pero pocos se acuerdan de que Javier era un hombre que sufría mucho en su vida mística de oración.
El formaba sus hijos en la fe, con este sólido espíritu. En Amboino bautizo Javier un grupo de neófitos y uno de ellos era el joven Manuel de Ihative, hijo de un jefe de la isla. A consecuencia de las persecuciones de Ambroino quedaran los cristianos por muchos años y misionero. Vinieron los musulmanes que buscaron por todos los medios ganarlos para Mahoma, no regateando ni siquiera los tormentos; pero la mayor parte permaneció fiel. Cuando después de muchos años volvieron misioneros católicos, quedaron sorprendidos de tan heroica fidelidad y preguntaron a Manuel de Ihative: “¿Qué es lo que os ha dado fuerza para resistir tan grandes persecuciones?” y Manuel respondió: “conozco poco nuestra religión, pero una cosa aprendí del Padre Francisco; una cosa que él me repetía siempre: que es hermoso sufrir por Cristo”.
Mas no debe ser sólo por amor y por imitar a Cristo, muerto por mí hace dos mil años por lo que debo aceptar con placer el sufrimiento. Hemos visto que Cristo sufre actualmente su Cuerpo Místico. ¿Cómo puedo yo entonces pasar contento una vida agradable?
… “Estamos obligados a la reparación y expiación por cierto motivo más poderoso de justicia y amor …”. “De amor, para compadecernos con Cristo paciente y saturado de oprobios y ofrecerle algún consuelo en la medida de nuestra poquedad”. “ Con mucha razón, pues, padeciendo como padece todavía Cristo en su Cuerpo Místico, desea tenernos por compañeros de su expiación y …, pues, cómo somos Cuerpo de Cristo y miembro de miembros, cualquier cosa que padece la cabeza, es menester que la padezcan con ella todo los miembros”. (Miserentissimus Redemptor ).
Tercer grado:” La expiación consuma nuestra unión con Cristo ofreciendo sacrificios por los hermanos ” (Miserentissimus Redemptor ).
Hemos visto que no estamos solos en la iglesia; nuestra santidad va unida a la de muchísimos otros. Ofrezcamos, pues, nuestra reparación, primero por aquellos que han sido perjudicados por nosotros espiritualmente.
Estos daños, en realidad, son efecto de mis pecados personales en la Iglesia y, con mayor razón, sí fueron de escándalo o de cooperación. Los pecados cometidos por mi causa y que mancharon el Cuerpo Místico de Cristo, son realmente míos y debo buscar el expiarlos.
Incluso mis pecados más secretos causan un grave daño al Cuerpo Místico de Cristo y para curar estas heridas hechas por mí, debo ofrecer mis dolores y mi expiación.
Reparar además por los pecados de “mis almas”. Desde el momento que hay una verdadera unión entre nosotros, estos pecados de los demás son, en cierto modo, realmente míos. Esto no quiere decir que deba yo ser castigado por los pecados de los otros, pero significa que, sí quiero, puede ofrecer una verdadera expiación por ellos. En consecuencia, no sólo puedo rogar por ellos, sino ofrecer penitencias y dolores, como verdadera expiación.
NECESIDAD DE ESTA REPARACIÓN
Existen argumentos para creer que en la actual economía, normalmente, no se convierte ningún alma sin el sufrimiento de otra. Es verdadero el principio de San Pablo: “sin derramamiento de sangre, no se da el perdón”(Heb 9,22). Por lo cual: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en pro de su cuerpo que es la Iglesia”(Col 1,24).
“Es necesario nuestro sacrificio, por cuanto la copiosa redención de Cristo sobreabundantemente perdonó nuestros pecados… A las oraciones y sacrificios que Cristo ofreció a Dios en nombre de los pecadores, podemos y debemos añadir también los nuestros ” (Miserentissimus Redemptor ).
Impresionante, aunque sea exagerada, es a este propósito la frase de Orígenes (In Num. 10,2.Mc.12, 638 C.):” desde que no hay mártires y no se ofrecen las hostias de los Santos, temo que no podamos ya a merecer la remisión de nuestros pecados. Por esto o tengo miedo de que, permaneciendo en nosotros nuestros pecados, nos suceda cuánto de sí mismos afirman los judíos, o sea que, privados de altar, de templo y de sacerdocio, y por lo tanto no ofreciendo más sacrificios –según su expresión-“ nuestros pecados quedan en nosotros ”; y por eso no se da perdón. Por nuestra parte debemos decir que no ofreciéndose por nosotros las hostias de los mártires, nos quedamos con nuestros pecados; no merecemos, en efecto, sufrir persecuciones por Cristo, ni morir por el nombre del Hijo de Dios”.
Conocemos la redención objetiva y su aplicación. Pero dejemos aparte la terminología y expliquemos la realidad con un ejemplo.
La satisfacción de Cristo es como un gran depósito, o como una central en la que está acumulada la potencia eléctrica que debe ser usada para la salvación de las almas. Pero está salvación no se obtiene si la energía no se transforma, si no se aplica al motor, de modo que pueda convertirse en trabajo.
En el orden sobrenatural el motor en nuestra reparación y nuestros sacrificios, la oración podemos imaginárnosla como el conducto que lleva la energía eléctrica al motor. Pero, sin el motor sin el sacrificio expiatorio, no podemos tener conversiones.
La eficacia de la satisfacción, no depende solamente de la intención del dolor, sino también de la dignidad de la persona que sufre. A igual dignidad es más eficaz el sufrimiento mayor; en igualdad de sufrimientos tiene mayor valor los de la persona más digna.
Queremos manifestar esta relación con una fórmula matemática: Eficacia de expiación = sufrimiento X dignidad.
Si la dignidad de la persona es muy elevada, pero falta dolor, no hay expiación eficaz. Y otro tanto, la eficacia será nula donde no haya dignidad, aunque el sufrimiento sea inmenso. La dignidad de la persona que sufre consiste en su vida sobrenatural, en su unión con Cristo.
Un motor, para poder entrar en acción, debe estar unido a la red, y a través de esta a la central.
En la Misa se realiza concretamente esta nuestra unión con la satisfacción de Jesucristo, de modo que la dignidad del que sufre sea la mayor posible.
Luis María Mendizábal, S. J.
Del libro “En el Corazón de Cristo “