de Magdalena de la Reparación Vargas Galeana

“¡Amor mío y dueño de mi alma! Quiero consolarte y amarte; pero, ¿Quién soy yo para hacerlo? Me abismo al pensar que me pides este consuelo, a mí que paso la vida ofendiéndote con innumerables faltas, que aunque hago miles de propósitos de no ofenderte, es tanta mi miseria que a cada paso y a cada momento de mi vida estoy cayendo en nuevas faltas y pecados; después de que Tú me haces tantos favores y te comunicas conmigo, dándome a gustar las delicias que se experimentan en tu conversación”. “¡Cómo puede ser esto Jesús mío! Explícamelo Amor de mi alma porque yo no lo entiendo. Pues no una sino muchas veces me parece que me dices al oído: ‘que te consuele y que te traiga a este lugar almas que hagan lo mismo’: ya comprendo mi Amado Jesús por qué quieres que tus pobres criaturas te consuelen, porque mucho las amas, y es tanto este amor, que derramaste toda tu sangre por ellas y moriste clavado en una cruz, y no contento con esto, te quedaste en la tierra con ellas acompañándolas en su destierro, y dices que tus delicias las tienes en estar con ellas. Estas palabras me admiran, y aún más sorprendida me quedo cuando me dices que éste es un lugar, un jardincito que Tú formaste para venir a recrearte [y] descansar de tanto como te ofenden por allá en el mundo” (sin fecha).
“A mediados de diciembre, una noche al ir a acostarme, sin estar en oración, andando en mi aposento, repentinamente se me representó una montaña muy elevada y muy escarpada, erizada de peñascos, y en la parte más elevada y por detrás se veía una luz muy hermosa, al pie de esa montaña estaba el Señor parado con una cruz muy grande en la mano derecha y me dijo: éste es tu camino. Yo me estremecí de horror, porque esa montaña me parece inaccesible para mí, y confieso que siempre que la recuerdo, me causa miedo” (1882).
“El Señor me ha dado a entender que quiso conservar estos estigmas porque quiere que los veamos como un testimonio de su amor a los hombres, y me ha dado a entender también que al recibir la herida del costado había sentido su alma santísima un inefable gozo por la manifestación que nos daba de su amor después de su muerte, dándonos a entender que sobrepasaba en amor a todo lo que había padecido, y como que no estaba satisfecho y quería recibirnos en su mismo corazón. Sólo Dios sabe amar de ese modo” (septiembre-1888).
“El 23 de marzo de 1915, a las ocho y media de la mañana estando delante del Santísimo Sacramento en el Oratorio de la “Familia de Corde Jesu”, haciendo esta alma la hora de reparación, sintiéndose como rodeada de la presencia de Dios, y deseando recibir espiritualmente a su Jesús, le pareció sentir a Jesucristo Sacramentado dentro de su pecho y llenársele el corazón de amor muy encendido para con Él, y esto le hacía decirle muy tiernos afectos de amor y reparación”.
“… Le prometí que yo haría lo que estuviera de mi parte por amarlo cada día más, hacer que otras almas le amen y porque se propague la reparación “¡Hija y esposa de mi Corazón! ¿Qué hacías? Ya te estaba esperando con ansia, que vinieras a acompañarme siquiera una hora; te quiero comunicar un secreto, si estás atenta y sin disiparte nada; deja todos los otros pensamientos y ruidos de allá fuera y entra dentro de mi Corazón, pues ya sabes que a Él perteneces y es a donde debes de ir siempre…”
“Sí, ¡Amado de mi alma! No te negaré lo que me pides…; No quiero volver a pecar mi Jesús; te lo prometo con toda mi alma; pero confío en que me darás tu gracia; y si tuviere la desgracia de caer, ayúdame para levantarme pronto e implorar tu infinita misericordia, pidiéndote el perdón y acudir al tribunal de la penitencia para quedar limpia con el baño de tu preciosa sangre” (1909).
El viernes 27 de Noviembre del mismo año estando en oración a las nueve de la mañana y pidiendo a Dios por la conversión de los pecadores le pareció ver a Nuestro Señor en lo más alto de una gradería que formaban como circulo; le parecía ver que de sus cinco llagas salía sangre en abundancia y corría por el suelo, venían unas personas como sacerdotes, empapaban muy bien los lienzos en aquella sangre, bajaban las gradas a donde había mucha gente alrededor de la última grada y los lavaban o limpiaban con los lienzos.